Una vida a las patadas

Para la mayoría, el maestro Lee es el pionero del taekwondo en Uruguay. Un título cimentado en años de mucho trabajo. Hoy ve algunos frutos, pero, ¿ha logrado esta disciplina enamorar a los uruguayos?

El maestro Lee da clases de Taekwondo en su academia de la calle Sarandí, con la ayuda de su hijo menor Daniel.

Texto y fotografía: Sofía Moll y Lucas Rey

“¿Tú querer anotar?”, pregunta el maestro Lee después de decir su nombre. Sabe que Byung Sup Lee no es un nombre común entre los uruguayos. Está acostumbrado a que la gente no lo entienda, hace casi cuarenta años que es un oriental entre occidentales. Aunque su español es comprensible, se complica con los verbos y la sintaxis. Nunca ha acudido a clases: “solo libro, por eso aprendí mal”. Cuando llegó a Uruguay no entendía ni hablaba español. Conversar con él implica disminuir la velocidad de palabras por segundo, sobre todo si se quieren evitar confusiones.

-¿Tenés algún apodo?
-Gripe, pero ahora mejoró. Hace casi tres días.

Byung Sup Lee emigró a Uruguay hace cuarenta años y con el tiempo se ha convertido en una referencia entre los coreanos que llegan a este país. Nació en 1945 en Incheon, un pueblo portuario en el sur de Corea del Sur. De familia de clase media, describe su infancia como típica y sencilla. Descubrió el taekwondo de joven y desde entonces ha estado presente durante toda su vida. Importó este arte marcial a Uruguay en 1975 y fundó la Federación Uruguaya años más tarde.

Por su tranquilidad al hablar, su pelo gris y su pequeño cuerpo, que al caminar se encorva levemente, el maestro Lee parece un abuelo simpático, ávido de compartir sus experiencias de vida. Sin embargo, este ‘abuelo simpático’ no es como todos los abuelos. Si él se lo propusiese, podría destruir una pared con una patada, o tal vez, quebrar unas cuantas costillas. A sus 68 años, dice que mantiene su estado físico gracias al taekwondo.

A las ocho de la noche comienza la clase para adultos, de la cual se encarga el maestro. Durante esta hora, hace todo a la par que ellos, y todavía le sobra energía. Hace lagartijas sin esfuerzo apoyado en sus nudillos, sus patadas son más altas que las de los jóvenes, y cuando les da a sus alumnos un pequeño recreo para tomar agua, él permanece impávido de brazos cruzados. Si un alumno llega tarde, saluda al maestro y corre al final del salón por respeto, por más que ostente el grado más alto entre los alumnos. El maestro lo ignora y no frena su clase. De todas formas, al final siempre se queda un rato con sus discípulos, compartiendo anécdotas. Su sonrisa es algo que ocurre solo por fuera del horario de clase.

El taekwondo, además de ser su deporte predilecto, es su medio de vida. Fue lo que le permitió quedarse en Uruguay. Llegó al país con dos amigos coreanos para trabajar juntos como agricultores. Otro coreano erradicado acá le había conseguido unas hectáreas de chacra cerca de Quebracho, un pueblo en el departamento de Paysandú. Era su primera experiencia con la agricultura, aunque, al menos, en el servicio militar de Corea del Sur le habían enseñado a plantar.

Para ninguno de los tres la agricultura funcionó: “Uruguay es muy chico, entonces tu plantar y preguntar dónde vender”, recuerda el maestro Lee. Intentaron encontrar un mercado para sus plantaciones, pero la búsqueda fue infructuosa. El maestro estaba convencido que en aquel momento lo único que funcionaba era criar ganado. Sus dos amigos se fueron, pero él tenía el taekwondo. “Para mí más fácil, trabajo no importa porque taekwondo sí, a la gente le gusta”.

El maestro Lee lo había comprobado en Corea del Sur, en Alemania y en Estados Unidos. Tocaba probar en Uruguay. Empezó a practicar en el liceo, en su país, junto con su único hermano. En cuanto alcanzó el grado suficiente, comenzó a impartir clases. El taekwondo lo ayudó a tener una posición “cómoda” dentro del servicio militar, donde le pidieron que fuera profesor. Siguió con las clases mientras estudiaba Mecánica y también cuando se incorporó al mercado laboral. La empresa en la que estaba empleado lo envió a Alemania por tres años a capacitarse: “Trabajaba día, de noche clase”. Antes de descubrir que la agricultura fracasaría, pensaba repetir el mismo patrón en Uruguay.

Instalado en el Río de la Plata, lo invitaron al mundial de taekwondo en Estados Unidos en 1977. Pensó en quedarse un tiempo, “probando qué es mejor”. Estuvo solo seis meses ya que el país “estaba complicado”. Volvió a Uruguay para instalarse definitivamente.

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El maestro Lee abandonó Corea del Sur en 1971 y se mantuvo alejado de su esposa y su hijo de seis meses durante seis años. En ese entonces no sabía que nunca más volvería a vivir en su país natal. “Yo quería primero [estar] bien, después llamando familia”, dice el maestro Lee. “Aquí consiguió documento, aparte me gustó, por eso llamar”. Fueron seis años de contacto exclusivamente por carta. Él no podía volver a Corea porque el país se estaba recuperando luego de dos guerras: “Trabajar cuesta, difícil, mucha competencia”.  Además, si regresaba, no sabía si obtendría de nuevo el permiso del gobierno para salir.

Una vez que la familia se unió en Uruguay, no se volvieron a trasladar. “Aquí más tranquilo, estaba muy bien en año 1980. Yo trabajaba bien, me gustaba aquí”. Al principio, cuenta, extrañaba su país, pero a medida que su familia fue creciendo eso cambió. “Tengo nietos, nietas, menos extraña, por eso ya acostumbrarse [a] Uruguay.”

Su hijo menor, Daniel Lee, “Taekyu” para la familia, va con sus hijos todos los mediodías a almorzar con el maestro. Vive en la casa pegada a la de su padre. Los nietos del maestro corretean por el gimnasio donde más tarde se impartirán las clases. Uno de ellos juega con una pelota y hace ruido, corre hacia su abuelo y lo abraza. El maestro le sonríe y apoya su mano en la cabeza del niño. El pequeño lo mira y sigue jugando.

Cuando se dirige al maestro Lee, Daniel lo hace en coreano. Daniel explica que “habla mal, a lo indio. Es el gran debe mío”. De chico se crio escuchando a sus padres, pero nunca lo estudió en profundidad. Sus hijos, por ahora, siguen el mismo camino: “Entienden lo que les dicen mis padres, pero no hablan nada. Si yo soy malo, ellos son peor.”

El maestro Lee asegura que él intentó mantener sus costumbres, aunque “mis hijos son más uruguayos que coreanos”. En su casa todavía se cocina comida coreana: “Mucho pescado y picante”. Daniel dice que de chico era “rebelde” con la comida y su mamá le cocinaba milanesas aparte. Además explica que sus padres lo criaron como coreano, pero él se crio con uruguayos: “Si bien mi padre estuvo muy vinculado con la comunidad coreana, yo nunca fui de estar mucho en ese núcleo”.

A los coreanos que llegan a Uruguay les gusta la tranquilidad, explica Daniel: “Allá se vive a otro ritmo, desde chiquitos van a la escuela de seis de la mañana a siete de la noche”. El maestro Lee concuerda con su hijo, “allá siempre corriendo, allá todo 24 horas abierto, no descansa”. Y se ríe: “Aquí a veces no tiene nada que hacer”.

Para Daniel, la mayor enseñanza de su padre, además del taekwondo, fue aprender a ganarse las cosas. “Cuando era pequeño no me daba cuenta, pero pudiendo darme todo, no lo hizo”. Esto lo ayudó a desprenderse de lo material y a administrarse, sobre todo en momentos difíciles.

Sin embargo, padre e hijo discrepan en algunos aspectos de la cultura asiática. “Uno criado acá piensa diferente. Siempre lo digo, soy un uruguayo con cara de coreano”. Daniel cree que el sistema coreano “es muy machista, el hombre dice y la mujer hace. Lo mismo con el trabajo, si yo tengo más cargo que vos, te piso la cabeza”. Daniel tampoco transmitió a sus hijos la frialdad que según él caracteriza a los coreanos. Su padre siempre estuvo presente, pero “es una cultura fría, no es de los cariños y de los mimos”.

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El maestro Lee vive en la misma casa antigua de la calle Sarandí desde 1976. Allí crio a sus dos hijos y enseñó a cientos de niños, adolescentes y adultos su amor por el taekwondo. Entre ellos formó a varios cinturones negros que abrieron sus propias academias en el interior del país y en otros países, como Italia y España. “Para ser cinturón negro hay que estudiar tres, cuatro años. Es una carrera”, dice el maestro entre risas. Hoy es Daniel quien se encarga de la academia, aunque el maestro imparte algunas clases, especialmente a sus alumnas favoritas: sus nietas.

“Mi padre no es de hablar mucho de él, pero es muy conocido internacionalmente en el tema del taekwondo, es uno de los más altos cargos, octavo dan”. Antes de que el maestro Lee llegara a Uruguay solo una persona aseguraba saber de taekwondo, aunque en realidad había aprendido de los libros. Luego se transformó en alumno del maestro.

La novedad de este arte marcial, y que fuera un coreano en Uruguay, atrajo la curiosidad de muchos uruguayos: “Antes casi no conoce asiático, entonces quiere ver”. En Paysandú consiguió que le prestasen un salón del Colegio Don Bosco y allí comenzó a dar clases. “Arregló cura, alumno pobre no paga, y alquiler tampoco paga”. Luego de un par de exhibiciones, se llenó de alumnos: “Por día siete horas, clase todos los días porque estaba yo solo”.

Al maestro lo llamaron desde otras ciudades para que enseñase. La primera invitación a Montevideo coincidía con la Semana de Turismo: un alumno le había mandado el pasaje para que fuera y se había encargado de armar un grupo de unas quince personas. Quedaron fascinados y le insistieron en que volviese. “Cuando ustedes se junten, yo vengo”, respondió el maestro. En ese momento cambió el tractor y las cosechas por los largos viajes en ómnibus, y las patadas de las que tanto disfrutaba.

Su popularidad en la capital del país aumentaba, aunque irse a vivir a Montevideo no era fácil. La opción era alquilar un local o una casa, pero se exigía una garantía que el maestro no tenía. Un día uno de sus alumnos decidió asociarse con él para comprar la casa de la calle Sarandí. Después de algunas reformas y de tirar una o dos paredes, la academia comenzó a funcionar.

El maestro sintió la necesidad de profesionalizar el deporte y que sus alumnos pudiesen competir representando a su país tal como él lo había hecho años antes. En 1980 fundó la Federación Uruguaya de Taekwondo, reconocida legalmente un par de años después. Mientras habla, saca la foto de un hombre, un abogado de apellido Flores. Él, aficionado del taekwondo y amigo del maestro, fue el que redactó el estatuto y legalizó la federación, cuenta orgulloso el maestro. La federación permite a los deportistas clasificar a los torneos sudamericanos y mundiales, así como a las olimpíadas.

A partir de entonces, se organizó el campeonato nacional. Además, hace 25 años que se celebra la Copa Lee en honor al maestro. Es avalada por la federación y se realiza en mayo o junio todos los años. Es una competencia abierta para otras academias por fuera de la federación, por lo que también acuden equipos de Brasil y Argentina.

Hoy en día, el profesor es el vicepresidente y el director técnico de la Federación Uruguaya de Taekwondo. “Yo manejar técnico, presidente es político, entonces no”, dice el maestro. Sus dos hijos también colaboran con el legado de su padre: el mayor es directivo; el menor, entrenador de la selección. Daniel explica que aunque no le “sobra nada” a la federación, siempre trata que el competidor no tenga que poner plata: “Va el que se puede pagar no es una buena lección. Va el mejor”, dice Daniel.

El maestro protesta: “No hay propaganda de taekwondo, acá es fútbol, fútbol y fútbol.” El año pasado en el campeonato sudamericano, que se organizó en Lima, la federación uruguaya ganó una medalla de oro y dos de plata, “pero no se publicó nada, no salió nada”, dice el maestro enojado. El estado coreano sí ha invertido en la federación. En este momento está el maestro Tae Hyeong Kim quien recorrió, durante el verano, distintos centros municipales impartiendo clases gratis de taekwondo junto con el maestro Lee.

Daniel dice que el volumen de las clases ha disminuido debido a la aparición de centros de taekwondo más comerciales. Pasaron de tener 80 alumnos a tener “40 como mucho”. Tanto el maestro Lee como su hijo han organizado otras actividades para complementar las clases de taekwondo, que “son como un aguinaldo”.

En las clases es Daniel es quien indica a los niños qué movimientos deben hacer. El maestro señala emocionado a un pequeño que le pega patadas al aire. La lluvia se escucha fuerte entre cada “oz” que gritan los alumnos. En las paredes hay colgadas fotos del maestro Lee de joven, saltando y rompiendo ladrillos. Parece de una película de Hollywood. Seguramente todavía puede tirar una patada más por encima de su cabeza con la misma facilidad que lo hacía en aquellos tiempos. Al rato, demuestra a sus alumnos que aún puede.

-¿Qué tan seguido entrena?
-Todos los días. Los alumnos quieren ver qué puede hacer el maestro Lee. Es la forma de mantenerme joven.
-¿Hasta cuándo piensa entrenar?
-Hasta el último día -larga una carcajada. Habla en serio.

Producción: Sofía Moll y Lucas Rey
Entrevistas: Cecilia Arregui, Sofía Moll y Lucas Rey

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