Ser y deber

Las diferencias culturales entre oriente y occidente, ¿dificultan la integración de los miembros de la comunidad china en Uruguay?

Texto: Cecilia Arregui
Fotos: Sofía Moll

Chenkuo Che llegó a Uruguay en 1964. Tenía doce años y no vino con sus mayores. Lo trajo Julio Cabot -un periodista uruguayo y amigo de la familia- que había visitado Taiwán en aquel momento. Su padre adoptivo le dijo: “Tienes que irte a Uruguay”. El pequeño Chenkuo no sabía qué quería decir. Le explicaron que era un país en el que vivían sus padres biológicos. Ese mismo día se enteró que durante más de una década llamó “papá” a su tío.

La familia de Chenkuo tenía todo pronto para viajar el mismo día en el que él nació. “No había suficiente tiempo para conseguirme los papeles: ni la partida de nacimiento, ni el pasaporte”. Entonces lo dejaron con una “familia de crianza”, su tío paterno. “Hay muchas historias, cosas que ni te imaginás, porque las guerras separan a las personas”.

En 1952 comenzó la Guerra de Corea. Los chinos estaban cansados de sufrir y muchas familias abandonaron su país. Era más fácil instalarse en América Latina que en Estados Unidos. Los padres de Chenkuo llegaron primero a Argentina, un sitio que no conocían ni a través de fotografías. En aquella época era mucho más difícil emigrar. No tenían ni la menor idea de qué iban a encontrar cuando llegaran, viajaban a ciegas.

Chenkuo CheChenkuo Che es el único chef de Asia. A pesar de la decoración china -y la comida preparada de modo tradicional- hay detalles que nos recuerdan que estamos en Uruguay.

Ling Wan sí sabía a dónde llegaba. Lo vio en Internet. “Leí que era un país chico, con poca gente y tranquilo”. Le pareció un buen sitio para cumplir sus sueños y llegó junto con su marido en 2001. Hoy tienen dos hijos y son dueños del supermercado Alipapa, en la calle San José.

Los flujos migratorios más importantes desde China hacia Uruguay tuvieron lugar a finales de la década de 1980: fue el momento en el que se establecieron relaciones diplomáticas ente ambas naciones por primera vez. “En ese entonces era una moda salir del país, los jóvenes querían encontrar un futuro diferente”, explica Xu Feng. Ella abandonó Shanghai en 1997, cuando recién había terminado sus estudios para ser maestra de educación inicial.

Los inmigrantes chinos comparten algo más allá de la razón y el tiempo que los trajo al Sur: el desafío de insertarse a una sociedad occidental, con códigos culturales muy distintos a los que conocen. En Uruguay, además, el reto es doble, porque –a pesar de que hay alrededor de 400 chinos en el país- no existe una comunidad unida que los esté esperando y amortigüe el golpe.

“A veces el problema viene por la falta de capacidad de comunicación”, plantea Kou Zegang, encargado cultural de la Embajada China en Uruguay. La mayoría de los chinos que llegan al país tiene muchos problemas para aprender el idioma. Para verlo, no hace falta más que sentarse en alguno de los restaurantes chinos que se acumulan en el centro de Montevideo, la mayoría en formato de tenedor libre. Muy pocos de los empleados puede comunicarse con fluidez. “En Uruguay hace mucho, pero español muy difícil. Solo para trabajar poquito, hablar no”, balbucea la señora Ding mientras corta cebolla detrás del mostrador del Buffet Atlántico.

“Son cerrados porque no entienden, pero tampoco les interesa aprender”, opina Quan Jin. Muchos sienten que es imposible aprender el español. La mayoría de los inmigrantes chinos en Uruguay tiene un nivel cultural bastante bajo. “Son muy cerrados. Yo un poco mejor porque la mayoría del tiempo estoy con uruguayos”. Jin es el dueño de la tienda de regalos Mei Mei -en la Galería de London- y todos lo conocen como Carlos; incluso los miembros de la colectividad china en Uruguay.

Xu Feng dice que el español “es el idioma más difícil del mundo”. Pero ella lo habla muy bien. Maneja un vocabulario sorprendentemente amplio. Comenta que lo estudia sola, leyendo libros. “Pero empecé aprendiendo a través de la televisión, mirando programas tipo Susana Giménez con un diccionario al lado”. Recuerda que una de las primeras palabras ‘difíciles’ que aprendió fue “maravilloso”. Pero no hay que quedarse solo en eso, la mayoría de las cosas uno las aprende en la calle, dice, “chusmeando con la gente”.

Chenkuo demoró ocho meses en aprender lo básico del español. Entonces empezó a ir a la escuela, al mismo que tiempo tomaba clases particulares. Después estudió Mecánica en la UTU, pero se dio cuenta de que el mercado de la gastronomía era uno más estable: “La gente siempre va a necesitar comer”. Hoy es el dueño y único chef del restaurante de comida china Asia, en 2 de mayo y Rivera.

Chenkuo cuenta que para sus papás aprender español fue un proceso mucho más complejo. Suele ser difícil para los que llegan de adultos. “Si vienen de niños o adolescentes se educan acá y agarran mejor el idioma”, explica Ling Wan. Cree que a ella le cuesta más porque no tuvo la oportunidad de educarse acá. Lo ve a diario en sus hijos –de doce y cuatro años-, que se juntan todo el día con los uruguayos y hoy “les gusta más comer un asado que verduras”.

Yufei Tai, profesora de idioma chino en la Universidad de Montevideo, plantea que la incompatibilidad de códigos culturales entre los chinos y los occidentales va más allá del idioma. “No se soluciona aprendiendo español”. China y Uruguay están separados por la geografía –están en puntos casi opuestos del planisferio-; y Kou Zegang cree que todavía hay un largo camino que recorrer para que ambas culturas se conozcan realmente. “En el intercambio siempre hay cosas que son difíciles de comprender. A veces un uruguayo capta un aspecto superficial de un chino como si eso fuera representativo, y viceversa”.

Xu FengXu Feng se relacionó con la música desde niña, cuando vivía en Shanghai. En Montevideo, estudia interpretación de piano en la Escuela de Música.

Xu Feng estudia piano en la Escuela de Música al mismo tiempo que regenta Buffet 21, un tenedor libre en el barrio Cordón. Pasa todo el día junto a uruguayos, pero aún así sus amigos más cercanos son chinos. “Los uruguayos son muy buenos, pero son diferentes. Te tratan bien pero no se juntan mucho”. Dice que los asiáticos quieren entrar a la sociedad uruguaya, pero que no pueden: “Te encontrás con uno y te da un abrazo, te dice que te extrañaba, pero hasta ahí nomás. Ellos te ven como una extranjera, nunca como una igual”.

Pero no todos han tenido problemas para insertarse en la sociedad de Uruguay. Cheung-Koon Yim enseñó durante casi toda su vida en la Facultad de Arquitectura, donde él mismo se graduó en 1964. Se siente “cien por cien uruguayo” en sus vínculos y en su cultura. Incluso se olvidó de cómo hablar cantonés por falta de práctica, solo mantiene el mandarín. Sin embargo, sus raíces profundamente chinas permanecen a pesar del tiempo.

Yim se casó tres veces con mujeres uruguayas. “No pude mantener la pareja del modo en el que hubiese querido”. Él cree que fue por problemas culturales. Por eso decidió ir a un psicólogo, quería comprender la razón de no conservar una relación estable. Pero para la tradición china, la psicología está mal vista: “Ellos no aceptan eso de largar todo para afuera sentado en un sillón. A mí me costó, pero quizá por eso ahora soy más abierto”.

Cheung-Koon YimCheung-Koon Yim decora su hogar siguiendo las reglas del feng shui. Todas las mañanas se sienta a tomar mate.

Chenkuo también se siente uruguayo, cuando se junta con sus amigos ya no piensa como un oriental. Comenta que algunas veces se olvida por un instante de sus raíces: “Un día estaba en un shopping y le dije a mi señora: ‘Mirá, ahí hay una pareja de chinos’. Me había olvidado que en realidad estaba en Taiwán”. Al mismo tiempo, dice que comprende por qué es tan difícil adaptarse “para la gente que viene de allá”.

“La persona criada en China ya tiene su formación hecha”, plantea Chenkuo Che. Aprender una cultura extranjera a fondo es muy difícil, porque hay cosas con las que no se está de acuerdo, que no se logran entender. “Vienen de un pueblo muy cerrado –en particular los mayores- y su mente también lo está”. Según Chenkuo muchos chinos no entienden la comida occidental: “tiran el pancho y se comen solo el pan”.

Pero la incomprensión no es solo en la cultura gastronómica. Les molesta cómo la juventud habla con los mayores. No entienden cómo pueden expresarse de modo tan natural. El concepto de respeto de un chino es muy distinto al de un occidental. “Hay que comprender los dos lados, que tienen su aspecto positivo”, reflexiona Chenkuo.

Yim, por su parte, cree que el mayor choque entre China y la cultura occidental es lo que él llama del “ser versus el deber ser”. Las enseñanzas de Confucio dictan cuál es la responsabilidad de uno frente al resto de la sociedad para un oriental. El ser está dominado por el deber ser. “Es muy raro que un chino explote, son muy duros, no demuestran sus sentimientos”.

En cambio, en Occidente a una persona le interesa más su ser que los vínculos con otros. Eso trae mucha libertad, que es propia del ser humano, “pero que en China está muy limitada”, explica Yim. Quienes no controlan su libertad en las culturas orientales son vistos como degenerados o libertinos. En su tesis sobre Los inmigrantes chinos en Uruguay, Xingyu Wang expresa que en la tradición oriental se enfatiza en “compartir” y “colectivismo”, mientras que en culturas occidentales importa más el “individualismo”.

Muchos afirman que el uruguayo es muy amistoso, pero estas diferencias culturales profundas dificultan la integración. “Recibí tanta educación de chica que algunas cosas ya son imposibles de cambiar”, dice Xu Feng. Por ello, hubo muchos inmigrantes que se quisieron volver. Yim comenta: “Mis tíos y mi madre, por ejemplo, nunca alhajaron la casa, porque ellos siempre pensaron que Uruguay era algo provisorio, creyeron que algún día volverían a China”. Nunca pudieron volver.

Carlos JinEn la Galería de London, Quan Jin vende todo tipo de artículos chinos: desde espadas para artes marciales hasta objetos para hacer masajes. 

La esposa y el hijo de Carlos Jin decidieron volverse a China. “A mi señora no le gusta el uruguayo”. Él tuvo que quedarse porque es en Montevideo donde tiene su negocio. “Nosotros no tenemos un problema con eso, hay muchas familias que están acostumbradas a vivir separadas. En Uruguay nunca, se alejan una semana y lloran todos los días”. Pero él viaja todos los años, y ahí aprovechan a verse. “No sé, son costumbres. Ni buenas ni malas, son todas diferentes”.

Chenkuo Che ha vuelto a su país varias veces. “Más ahora, que sé que tengo dos hermanas en China Continental”. Cuando sus padres emigraron, era el momento de la guerra civil. Las dos hijas mayores estaban a miles de kilómetros de distancia y –por problemas de transporte- nunca llegaron a tiempo para viajar. Ellas no tenían ni la menor idea de qué había pasado con su familia, ni en qué lugar del mundo se habían podido instalar. Entonces no tenían permitido el contacto con el exterior. “Es una cosa tan difícil, imaginarte que entre más de mil millones de chinos vas a poder encontrarte con tus hermanos perdidos durante 40 y pico de años”.

De todas formas, Chenkuo no quiere volver a vivir en China. Ya pasaron muchos años en Montevideo, y la diferencia en las costumbres es muy grande. “Si voy con mis hijos y mi señora, que nacieron acá, el proceso de adaptación sería mucho más difícil de lo que fue para mí integrarme a Uruguay”.


En febrero de 2014 se celebró por primera vez el Año Nuevo Chino en Atlántida (Uruguay). El evento fue organizado por la Escuela Shaolin Chuan -y su maestro Daniel Bogado- y contó con la presencia de autoridades de la Intendencia de Canelones y la Embajada de China en Uruguay. La propuesta es que la celebración se repita todos los años, que comience una tradición que una a ambas culturas.

Producción: Cecilia Arregui
Entrevistas: Cecilia Arregui, Lucía Ferreira, Sofía Moll

 
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