China es el principal socio comercial de varios países latinoamericanos, incluido Uruguay. Esto hace que algunos uruguayos se animen a cruzar el mundo en busca de nuevas oportunidades. ¿Es posible adaptarse a una cultura tan distante?
Texto: Sofía Moll
Fotografía cedida por Santiago Gatica
“Era todos los días una aventura”, cuenta Gatica, recordando el año y dos meses que vivió en China. “Algunos me decían que estaba loco, otros que era ahora o nunca. Tuve que decidirlo y fue el mejor año de mi vida”. Gatica trabajaba como abogado en Guyer & Regules cuando un socio del estudio argentino Beretta Godoy lo invitó a irse a trabajar a Guangda Law, un estudio jurídico en Beijing. Una abogada china viajaba a Argentina y él iría a China. El objetivo era conocer la forma de trabajar y la cultura del otro lado del mundo, y si todo salía bien, atraer nuevos clientes. Gatica nunca había tenido contacto con China “más allá de lo que ves en las noticias”. Habló con la embajada, con gente que había viajado, con chinos, quería ver la realidad actual del gigante asiático, y tomó una decisión: “Dejé todo. Dejé familia, novia, amigos, me tomé un vuelo a un país en el que nunca estuve y listo”.
Para Ximena Albisu fue diferente. China no la agarró desprevenida, ella la buscó. En 2008, mientras estudiaba en Estados Unidos, eligió el intercambio “más desafiante posible”. No solo veía la cultura y el idioma de China opuestos a lo que ella conocía, sino que era el país que tenía el crecimiento económico más importante: “Se venía despertando, y ser parte de eso me parecía fascinante”. Su estancia en la University of International Business and Economics de Beijing fue la primera de sus muchas visitas al gigante asiático. La experiencia fue positiva: volvió en 2010 a hacer su maestría, y luego, por trabajo.
Y China se despertó. Hoy en día es un importante socio comercial para todo Latinoamérica. Brasil conforma el BRICS junto con Rusia, India, China y Sudáfrica, las cinco potencias emergentes. Chile, Perú y México también mantienen fuertes vínculos con China mediante la Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC). En Uruguay, desde el año pasado, es principal socio comercial.
“Uruguay tiene mucho que ofrecer”, señala Gatica. Además de la carne, la lana, la celulosa y la soja, el país ha incursionando en nuevos mercados como los lácteos y los cítricos. “Yo tomaba leche Conaprole”, cuenta Gatica. De todas formas, el intercambio hoy es solo de bienes. “Falta una interconexión cultural y de inversión que haga que vengan empresas chinas con chinos a vivir a Uruguay, y que empresas uruguayas lleven gente a China para entenderlos”.
Eso es lo que Nicolás Santo intenta desde 2004. Al igual que Albisu, fue un visionario. Una noche de ese año, Santo leía una nota sobre el ascenso de China. Esto despertó su interés. Con 16 años, le informó a sus padres que quería estudiar mandarín. Esa misma noche averiguó quiénes enseñaban el idioma en Uruguay. A los pocos días tuvo su primera clase con Hou Teh Lee: “Desde allí hasta la actualidad -y creo que hasta siempre-, China se convirtió en parte de mi vida.”
Aunque no supiera cuándo podría visitar China, él creía que el futuro estaba allá. Luego de varios años aprendiendo el idioma, pudo visitar Beijing en 2010 para acudir a un seminario sobre la planificación de políticas para el cambio climático para países en desarrollo. Luego de recibirse como abogado en Uruguay, volvió a estudiar en la Universidad de Tsinghua, también en Beijing. “Dominar el mandarín no es condición sine qua non para realizar negocios con China”, explica Santo, que actualmente trabaja como consultor para el gobierno de Foshan; aunque aclara: “Manejarlo y contar con equipos de trabajo que conozcan la cultura es un diferencial importantísimo”. Hay grandes empresas a las que Santo ve que no acceden los extranjeros porque solo hablan en inglés.
Gatica concuerda con Santo: “Yo no tenía un nivel para hacer negocios, solo para conversar, pero lo valoraban, se acercaban, te veían diferente, demostrabas un interés mayor que el de cualquier otro extranjero que va por el negocio”. Albisu agrega que “es importante porque te ayuda a prevenir ciertas trampas en los negocios”, y “si bien muchos jóvenes chinos hablan inglés, quienes mandan son las personas mayores que no lo manejan o prefieren no usarlo”. Según Gatica, en China hay “una mezcla muy complicada”. La sociedad está dividida. Por un lado, están aquellos que saben inglés y han viajado al exterior, son más educados y vieron lo que existe afuera, “es una élite”, dice Gatica. Por otro, están aquellos que nunca salieron del país, “no saben lo que es un pasaporte, no saben lo que es Sudamérica”.
También hay muchos extranjeros que “no se molestan” en aprender mandarín, cuenta Gatica. Ellos viven en barrios para ellos, comen comida internacional y tienen su traductor. Los que “se quedan en su submundo con gente extranjera” nunca llegan a entender la cultura china: “Ni les interesa, ni lo necesitan”. Aunque Gatica llegó sabiendo solo algunas palabras, aprendió rápidamente porque para él “pasó a ser una necesidad”. Su compañera de apartamento era una china que nunca había salido de su país y no hablaba ni una frase en inglés. Al principio se manejaban con señas, pero él quería conocer “cómo piensan, cómo actúan y cómo trabajan”. Para eso había ido.
La primera experiencia de Belén López en Shangái fue “difícil”. A pesar de que en su oficina eran todos chinos -menos su jefe y ella-, fuera del horario de trabajo se relacionaba solo con extranjeros, gracias a otra amiga uruguaya que estaba en una trading, como ella. “En el rubro que yo trabajo todos hablan inglés”, dice Belén, “pero tenés que saber algunas palabras para manejarte en el día a día”. Para ella, que nunca había escuchado el idioma mandarín antes, era complicado hasta tomarse un taxi: “Yo salía con las direcciones anotadas, que me las escribían mis compañeros de la oficina”.
En el estudio de Gatica eran todos chinos menos él y un norteamericano. “Ellos se dedicaron a enseñarme las normas de conductas sociales y mentales de los chinos”. Él cuenta que la intimidad de las personas, la concepción del hombre y de la mujer, son muy diferentes a las occidentales. “Me pareció una sociedad fría, sin muestra de afecto”, dice.
Belén López concuerda: “Ellos son re distantes, el hombre más que la mujer”. Gatica cree que es “una sociedad machista, según nuestro concepto de machismo”. La mujer se queda en la casa, cría a los hijos y administra la plata. El hombre es el proveedor económico, “los roles están bien diferenciados”.
Albisu llegó a conocer las tradiciones chinas en profundidad gracias a su trabajo en 2008 en UECE (United Education and Culture Exchange), en China. Allí se encargaba de visitar universidades por todo el país asiático, dando charlas acerca de un programa de intercambio a Estados Unidos y entrevistando a los candidatos. “La familia está siempre primero”, cuenta.
Los jóvenes chinos “viven por y para sus padres, no hay mucho cuestionamiento a las generaciones de arriba”. Según Albisu hay varias cosas “sagradas” para los chinos: “El año nuevo chino, respetar a los mayores, no cuestionar mucho al gobierno, que la madre acepte o encuentre novia para el varón”. Para ella, los chinos son “serviciales y curiosos” y su experiencia le demostró que aunque quieran “hacerse amigos extranjeros”, cuanto más te intereses por su cultura y más parecido te comportes, más te aceptan.
El respeto al gobierno
López cuenta que nunca oyó a sus compañeros de trabajo discutir las noticias o sobre temas políticos. Este fue uno de los elementos que más chocó con Ximena Albisu, sobre todo durante su máster en la Nottingham University Ningbó. Ella buscaba provocar a sus compañeros chinos para que dijeran lo que de verdad pensaban y los cuestionaba: “En teoría cualquiera puede hacerlo, pero en la práctica son una sociedad bastante sumisa y con miedo a la libre expresión”. Uno de sus profesores fue expulsado del país por investigar acerca del involucramiento del gobierno chino en los medios de comunicación.
Si bien Gatica concuerda con Albisu en que “la discusión no se fomenta”, piensa que no se trata de sumisión sino de desinterés: “Al chino promedio no le interesa la política mientras pueda vivir bien y tener plata”. Sus padres pueden haber estado en un campo de trabajo, su abuelo seguramente haya muerto en la Guerra de Japón, antes no existían las leyes ni el dinero. “Todo eso hace que los chinos de hoy no sean muy críticos porque están mucho mejor que sus padres y sus abuelos”. Albisu agrega que un gobierno controlador permite que “se mantenga la armonía”.
Otra de las grandes diferencias entre Oriente y Occidente surge al hablar de negocios. Para empezar, hay que conocer qué áreas están abiertas al extranjero y cuáles no. “El rubro inversión en China está muy regulado, ellos tienen un catálogo de inversión”, cuenta Gatica. Hay sectores estratégicos para el país donde los extranjeros no pueden invertir, otros que están completamente abiertos, y ciertos sectores intermedios en los que solo se puede invertir cuando los socios son chinos. Además, el contrato no vale lo mismo para un occidental que para un chino, explica Gatica: “En China el contrato es como una foto en un momento determinado. Hoy es esto, pero si mañana las circunstancias cambian, lo cambiamos”.
Para Alejandro Urrutia, director de diseño en una empresa de arquitectura y planeamiento urbano en Beijing, es más sencillo para los occidentales hacer negocios entre ellos porque “vamos directo al grano, mientras que en China se discute mucho más y se dan muchas más vueltas sobre el mismo tema”.
Albisu, por su experiencia en Food Forward -trading de commodities y alimentos, en especial carne- cree que los chinos necesitan “sentir una relación de ‘amistad’ con la contraparte” para generar confianza y poder llegar a un acuerdo. Durante las cenas de negocios no se habla de estos, sino que buscan conocer a la persona. Santiago Gatica relata un “ritual del alcohol” que involucra baijiu, una bebida típica de China que puede tener 60% de alcohol. “Ellos piensan que se dice la verdad cuando están pasados de copas”. Además, hay que manejar las normas sociales durante la cena: dónde se deben sentar, quién levanta la copa más alta, quién se va de la mesa primero, “tener cuidado con el traductor que se elige y con lo que se firma”, agrega Gatica.
Si bien los uruguayos se están animando a instalarse conforme a las oportunidades que China ofrece, muchos desisten al poco tiempo. Los antecesores de Belén López no se adaptaron al país. Hoy es difícil encontrar a alguien para que la acompañe en el próximo viaje a China, en abril de 2014. Para ella es porque los uruguayos que van no están abiertos: “Creo que también es lo que uno da, ellos lo absorben; ellos se adaptan, necesitan que les des confianza”. López agrega que en su empresa el trabajo de decidir lo delegan solo a otros uruguayos, y eso hace que los empleados chinos crean que no son capaces de hacerlo. “El error esta acá, que nosotros pensamos que los chinos no pueden hacer nada”.
En 2010, según el censo chino, la población extranjera en Beijing no llegaba ni al 1%: 107.445 personas. En 2013, según recuerda Gatica, el número de uruguayos se acercan a 20, si bien no hay datos oficiales públicos. La última cifra que difundió el Ministerio de Relaciones Exteriores acerca de los uruguayos en el exterior fue en 2008: eran 500.000 los que residían fuera del país y no especificaba aquellos que estuvieran en Asia. Los extranjeros todavía son una minoría, pero China los necesita para seguir creciendo, y ellos necesitan a China. “Los países que hoy están más complicados van a buscar oportunidades a donde va el mundo, que es China”, dice Gatica.
Nicolás Santo comparte esta visión: “Una de las principales lecciones que me llevo es que para el mundo que se nos viene, el cual tendrá a China como protagonista, será fundamental el trabajo intercultural”. Santo cree que hay que “construir puentes” creando equipos que “aporten lo mejor de cada trasfondo cultural y profesional”. El gobierno de Foshan ya va por este camino para atraer inversionistas de todas partes del mundo.
Sin embargo, Gatica encuentra un impedimento a esta situación para aquellos que intenten tener fuertes vínculos con el gigante asiático: “Siempre vas a ser extranjero”. Según él, es una barrera cultural, “de sentimiento de raza que es inentrable”. Por más que conozcas su idioma, sus convenciones sociales, y te hagas amigos chinos, seguís sin ser uno de ellos. Ellos tienen un “sentimiento de pertenencia”, debido a una tradición milenaria que los identifica: “Siempre fueron autosuficientes”, te hacen sentir que sos extranjero, y lo van a seguir haciendo por un tiempo”.
Producción: Sofía Moll
Entrevistas: Cecilia Arregui, Sofía Moll