Voces sobre Asia

Columnistas invitados -de distintos ámbitos y diversos vínculos con el proyecto- hablan sobre el Lejano Oriente. Reflexiones, pensamientos y emociones que provocan los países al otro lados del mundo. El objetivo es escuchar otras voces, que den un punto de vista diferente sobre alguno de los temas tratados en las historias principales.

 

Screen Shot 2014-03-25 at 7.31.02 PM Screen Shot 2014-03-25 at 7.31.33 PM Santiago Gatica
Analaura Burgos Manuel Vivo Mauro Burgos

Una pregunta al maestro Yang
Texto: Martín Otegui Piñeyrúa


Martin Otegui Martín Otegui Piñeyrúa es egresado de Comunicación en la Universidad de Montevideo. Actualmente trabaja como productor general en Canal M, el canal de tv online de Montevideo Portal.

Hay ciertas preguntas que me quitan el sueño. Por eso intento formulármelas lo menos posible -dicen que una vez que tomás una de esas pastillas somníferas ya no hay vuelta atrás-. Sin embargo, en los momentos de debilidad, casi siempre asociados a la soledad, el mal clima, la borrachera y el insomnio -¡justo!-, estas cuestiones me vuelven a la mente una y otra vez. Una de ellas es dónde termina el universo. O cuál es el sentido de la existencia humana.Ninguna es demasiado original, ya lo sé, pero me preocupan de verdad.

Otra, no sé qué tan extendida, es cómo funciona Oriente. Cómo son sus habitantes, cómo es su forma de pensar, de vivir, de sentir. Su concepción del universo, su concepción de ellos mismos, su concepción de Occidente. Del amor, del arte, de la política, de la historia. De la muerte. Me gustaría preguntarle a un chino dónde piensa que termina el universo.

Intenté decodificarlos de mil maneras. Busqué respuestas en el horóscopo y en lecturas más profundas. Miré las películas de Kurosawa -japonés- y de Kim Ki-duk -coreano-. Leí su literatura traducida con bastante respeto por los editores españoles. Me anoté en un curso de chino mandarín que abandoné a los pocos meses, más por incapacidad que por desgano. Llegué a escribir los caracteres básicos respetando cada una de las reglas del trazado; a comprender su complejo sistema de símbolos semi rupestres -caballo y mujer da madre-. Sé decir “hola”, “gracias” y “¿dónde está el baño?”. Escuché su música, y no solo a Psy. Vi sus programas de televisión, y hasta hice tai chi. Incluso, en un momento dudoso de mi vida, devoré textos de budismo zen, escritos por el maestro Dogen, Suzuki y Deshimaru. Puedo recitar de memoria los cuatro encuentros de Sidharta Gautama y el noble óctuple sendero. Intenté el zazén -la meditación- pero no tuve el mismo éxito que Richard Gere. Aun así, siento que no tengo ni una pista de lo que ocurre al otro lado del mundo.

Pero si hay algo de lo que estoy seguro es de que lo que ocurre es “diferente”.  Aunque todos vengamos del mono o seamos criaturas de Dios -el budismo no se mete con eso, no es una religión- pasó demasiada agua debajo del puente a lo largo de los años.

Y no es que tenga una visión romántica de la China del Sr. Miyagi. Mientras acá estábamos con la rueda, la Revolución francesa y la penicilina, allá estaban… Bueno, no sé qué estaban haciendo, pero seguro que nada de eso. Y si lo estaban haciendo, era con otra intención, de otra manera. Me niego a pensar que porque hoy en día el chino y yo tengamos un smartphone y nos guste el fútbol, “venimos” de un mismo lugar. Quizá “nosotros dos” sí, pero veinte años es demasiado poco tiempo. Todas esas aproximaciones a la cultura oriental que he hecho a lo largo de la vida, casi todas con un fracaso escandaloso, me indican que no estoy tan equivocado. Que existe ese “algo” diferente. Diferente y lejanísimo.

Antes de terminar este texto inesperado me gustaría recordar una pequeña historia, muy popular en Occidente. Resulta que en un templo budista, un alumno pregunta preocupado a su maestro: “Maestro Yang, ¿por qué los occidentales dicen que los orientales somos todos iguales?”. A lo que el maestro Yang le contesta: “Yo no soy el maestro Yang”.

El mito
Texto: Lucía Lin

Screen Shot 2014-03-17 at 1.00.20 AM Lucía Lin es fotógrafa y actualmente reside en Uruguay. En 2009 se recibió de licenciada de Comunicación en la Universidad de Montevideo y en 2012 cursa un pos título en Artes visuales en la Universidad de Chile. Los viajes por el continente sudamericano han sido su fuente de inspiración y la causa y consecuencia de su búsqueda.

Padre chino, madre uruguaya del Chuy. Vaya a donde vaya no logro escapar a la pregunta acerca de mis orígenes. Muchas veces me hablan en inglés y yo contesto siempre una mentira distinta. Me divierto hasta que me canso y me aburro. Primero me observan, luego me escuchan hablar como argentina y no entienden. Yo tampoco comprendo la necesidad de etiquetar a las personas, ya sea por su origen, religión o preferencia sexual.

La realidad es que yo no me siento de ningún lado, o por lo menos de ningún sitio que haya conocido hasta ahora. China es ese monstruo asiático: el país de Mao, la muralla china y las imitaciones. No hablo chino, no me descalzo cuando entro a mi casa (¡algo que tendría que implementar ya!), ni tampoco practico karate o feng shui. Una vez cada dos semanas tengo el placer de que mi padre cocine comida china, esa de verdad que le enseñó su madre y nada tiene que ver con los platos grasientos que venden en el Cantón Chino. Para mí China es un mito, una historia extravagante, unos ojos rasgados, un diferencial y una virtud.

De chica aceptar que era “diferente” al resto era un defecto, una debilidad. Pero a medida que fui creciendo me sentí más cómoda con mi apariencia y me interesé más por mis antepasados. Ya era algo tarde, porque mis abuelos habían fallecido y me tuve que quedar con historias contadas por mis tíos. Mi abuelo fue un químico muy prestigioso en China y con la revolución cultural decidió irse en un barco con su mujer y sus seis hijos (mi papá y el más chico nacieron en Uruguay).

Dice la leyenda que además de viajar junto a grandes animales como jirafas, mi abuelo trajo varias cantimploras con jugo de naranja. En ese jugo había oro diluido que, al llegar, él se encargaría de volver a recuperarlo. Otro cuento es que el propio Mao lo llamó para que fuera ministro de Energía de la China comunista. Historias increíbles que me encantaría haberlas escuchado de su boca. Pero no eran todas historias mágicas.

La distancia y la falta de afecto entre los miembros de la familia siempre me parecieron algo normal, propio de la idiosincrasia asiática. No se grita, no se muestran los sentimientos y el silencio es sinónimo de dolor, pero también de respeto y admiración. Supongo que fui absorbiendo esa manera de querer y expresarme, y aunque a veces piense que lo único que me une a ese pasado milenario son mis ojos rasgados, si me pongo a pensar un poco, enseguida sé que no es así.Soy China, soy naturaleza, soy mundo. Soy todo y no soy nada. Y si alguna vez me pierdo entre el tiempo y el espacio, China va a ser uno de los lugares por donde empezaré a encontrarme.

La difícil tarea de entender el derecho chino
Texto: Santiago Gatica  Garicoïts

Foto S. Gatica - Fondo blanco

Santiago Gatica Garicoïts nació en 1988. Durante 2012 y 2013 vivió en China, trabajando como abogado para el estudio jurídico Guangda Law. Actualmente es empleado en Guyer & Regules.

Mucho se ha dicho sobre la existencia (o no) de un sistema jurídico en China. Pero para intentar comprender cómo se llega al estado actual del derecho en el gigante asiático es necesario entender su historia, tradición y realidad. Solo de esta forma es posible superar la “muralla china” constituida por las barreras y los prejuicios provenientes de analizar un sistema completamente distinto a la luz de estándares, paradigmas y criterios occidentales; muchas veces diferentes o inexistentes en el otro lado del mundo. En estos párrafos se dará una introducción muy general a algunas de las principales diferencias que deben tenerse en cuenta.

Mientras que en nuestro sistema jurídico occidental de civil law o derecho continental nos jactamos de una vasta tradición jurídica proveniente del derecho romano (o incluso anterior) -pasando por la influencia directa de los antiguos derechos europeo (por ejemplo, nuestro Código Civil todavía mantiene como inspiración directa al Código Napoleónico redactado hace más de 200 años)- semejante tradición es inexistente en China. En la época imperial los atisbos de legalidad fueron desarrollados principalmente en el área penal. Recién con la caída del Imperio a principios de siglo XX se intenta desarrollar un sistema jurídico de inspiración occidental, pero las turbulencias políticas encabezadas por la invasión japonesa y posteriormente la guerra civil tiraron por la borda los esfuerzos. Una de las primeras medidas del Partido Comunista tras triunfar en la guerra civil e instaurar en 1949 la República Popular China fue la abolición de todas las leyes y tribunales existentes con anterioridad.

No es posible hablar de “derecho” durante el período maoísta, por lo que los primeros rasgos de una incipiente juridicidad se encuentran a fines de la década del ’70 y principios de los ’80, tras el fallecimiento de Mao Zedong y el comienzo de la apertura liderada por Deng Xiaoping. A efectos de atraer inversión extranjera, se comenzó por legislar en materia societaria. El sistema de control de la inversión extranjera mediante un catálogo de sectores promovidos, restringidos o prohibidos, sumado a ciertas estructuras societarias disponibles (JVs – Joint Ventures, WFOEs – Wholly Foreign-Owned Enterprises, etc.) pervive hasta el día de hoy. Con el paso de los años las demandas legislativas se fueron extendiendo, habiéndose sancionando regulaciones en las diferentes áreas jurídicas (civil, comercial, penal, laboral, bancario, etc).

Sin embargo, las características de esas legislaciones son en muchos casos muy diferentes a las nuestras. Para empezar, no se ha de utilizar la práctica de la codificación. Es decir, en lugar de exhaustivos códigos como en nuestro país, existen leyes de carácter general con menor nivel de detalle que dejan mayor espacio a la discrecionalidad de las autoridades públicas y los jueces. Por ejemplo, en lugar de un Código Civil existe una Ley de Principios Generales de Derecho Civil; y en lugar de un Código de Comercio existe una Ley de Contratos Comerciales.

Por otra parte, es necesario tener presente que el sistema jurídico y político chino no se organiza en base al principio de separación de poderes. Esto implica que las cortes chinas no constituyen un poder independiente. Asimismo, mientras que el Congreso Nacional del Pueblo cuenta con facultades legislativas y en la práctica aprueba leyes importantes, la mayor parte de las regulaciones son sancionadas por el Consejo de Estado.

También es necesario tener presente cuestiones de naturaleza política que muchas veces se reflejan en las normas jurídicas. A vía de ejemplo, el artículo 19 de la Ley de Sociedades Comerciales chinas establece que las compañías deberán brindar las condiciones necesarias para que las organizaciones del Partido Comunista puedan desempeñar sus actividades de acuerdo a la Constitución del Partido (prevé el establecimiento de organizaciones primarias del Partido Comunista en aquellas empresas que cuenten con más de tres miembros del Partido).

Por último, la constitución de la República Popular China es más que nada una declaración de principios, en lugar de la legitimación y organización de la estructura política y jurídica del país, tal como sucede en naciones de Occidente.

Si bien a los ojos de muchos analistas occidentales estos y otros aspectos del sistema jurídico chino constituyen fallas o problemas, debemos preguntarnos por qué el sistema chino debe ser analizado en base a nuestros paradigmas y no a la luz de una realidad completamente distinta. Entendiendo los orígenes y fundamentos del sistema actual chino, es posible superar esas barreras y aprehender una realidad diferente.

Dos caras de una moneda
Texto: Analaura Burgos

1375699_10201434305676181_522868633_n Analaura Burgos es estudiante de 3er año de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de la República. Estudia también coreano y es uno de los líderes de Korea Fans Uruguay desde su creación. En 2013 ganó el K-pop Festival Uruguay con el grupo US, convirtiéndose en una de las primeras representantes uruguayas en el campeonato mundial de K-pop.

En los últimos años las culturas asiáticas se han asentado en Occiente, mezclándose y tomando cada vez más relevancia, modificando paulatinamente nuestra idiosincrasia. Ya sean barrios étnicos, idioma, tecnología, expresiones artísticas -el monumento en Uruguay-, o de alguna otra forma material o inmaterial, en cada país Occidental hay una huella de la milenaria cultura Oriental, prueba irrefutable de la aldea global y el intercambio cultural constante.

Corea no solo está en las antípodas de Uruguay a nivel geográfico, sino también cultural y socialmente. ¿Cuándo salimos a comer y alguien paga la cuenta por todos los presentes? ¿Cuándo salimos a beber con nuestros jefes luego de una jornada laboral? ¿Respetamos a nuestros mayores a rajatabla, sin opción al diálogo? ¿Nos preocupamos por nuestra estética de modo extremista, poniendo el ideal de belleza sobre otras cosas? Estas conductas sociales son de lo más común en Corea, y a nadie le resulta extraño.

Pero, más allá de esas diferencias, lo que llama la atención al público joven latinoamericano es otra cosa: la industria del entretenimiento. El K-pop ha pisado fuerte en el cono sur: influye a los jóvenes -y no tan jóvenes- de diferentes maneras, llevando, incluso, a que algunos comiencen a conocer el modo de vida y el idioma de un país tan opuesto a Uruguay.

El K-pop, o pop coreano, es claramente un fenómeno disparador, la puerta de entrada para el conocimiento de una cultura diametralmente disímil. Chicas y chicos bailan y cantan música pop, con atuendos extraños y maquillajes elaborados, sobre un gran escenario. Esa mezcla extraña y exótica es, básicamente, lo que genera un efecto de atracción. Grupos que van de una a quince personas, cada uno con su club de fans y color oficial, entre un sin fin de distinciones que llegan hasta lo inimaginable.

Para el uruguayo promedio puede parecer una locura el fanatismo de algunas chicas -sí, los hombres son minoría- con respecto a los grupos; generalmente formados por coreanos hombres. Pero tienen sus motivos: los integrantes de dichas bandas parecen ser, muchas veces, sacados del mismo molde. Las coreografías no tienen ni un solo error, sus voces no desafinan ni una nota. Tienen cuerpos con medidas cercanas al ideal de belleza y en la forma de sus rostros se repite la ‘tan hermosa’ línea ‘V’.

Lamentablemente, creo que muchas veces se olvida -o se ignora- que la industria del entretenimiento en Corea es eso: una industria. Chicos y chicas entrenan muchos años para llegar a la fama. Cuidan su alimentación, ensayan largas horas que quitan tiempo de sueño e incluso se esfuerzan más de lo que sus cuerpos adolescentes les permiten. Esto es lo mínimo -y es cotidiano- que sucede, ya que se han dado casos de serias acusaciones por situaciones de esclavismo en empresas; o de fans al límite de la psicopatía lastimándolos para que “no se olvidaran de ellas”. Pero la mayoría de estas cosas caen en el olvido -la eterna paradoja de los medios de comunicación masivos- gracias a estrategias de marketing y publicidad; o testimonios de que “no pasó nada” de parte de las empresas.

En países tan diferentes como Uruguay y Corea hay cosas que no hay que olvidar. Somos humanos. Nos parecemos y mucho. Los medios de comunicación también funcionan de la misma manera en todo el mundo. Por lo tanto, ¡admiremos Corea, su cultura, sus paisajes y sus formas de entretenimiento! Al final de cuentas tenía razón John Locke: el hombre nace como una tabla rasa que debe ser llenada con conocimiento, y es eso exactamente el fin de la vida. Aprendamos, apreciemos, reproduzcamos y tomemos como “propios” aspectos de otro conjunto cultural; en este caso de Corea, como exponente de una cultura milenaria como lo es la Oriental, convirtiéndonos así poco a poco en ciudadanos del mundo. Pero no olvidemos ver las dos caras de la moneda ya que, muchas veces, no todo es lo que parece a simple vista.

Un choque buscado
Texto: Manuel Vivo

26593_119567731392741_7004954_n Manuel Vivo nació en Uruguay en 1986. En 2010 viajó a Japón para estudiar el idioma durante diez meses. Debido a su pasión por los libros, decidió estudiar Literatura.

Comienzo a escribir y me sorprendo. Ya pasaron cuatro años desde que llegué a Japón. Sin embargo, la experiencia se mantiene fuertemente impregnada y llena de vida en mis memorias, como si aún estuviese en medio de ellas, experimentando todas esas vivencias increíbles una vez más.

Desde hace varios años que estudio japonés en Uruguay. Es un idioma –y una cultura- con el que he estado en contacto por mucho tiempo y siempre me ha generado curiosidad. Fue así que, luego de aprender el lenguaje, decidí encontrar una forma de ir a estudiar y vivir en Japón.

En abril de 2010 tuve la oportunidad de viajar, y mi sueño se materializó.

Pisar tierra nipona por primera vez fue una descarga de adrenalina tremenda: me encontraba completamente solo, del otro lado del mundo, en una cultura que recién empezaba a comprender y con un idioma del que solamente entendía algunas palabras. Emoción, ansiedad, entusiasmo, nerviosismo. Todo mezclado en un embrollo de emociones que me obligaba a sonreír cual niño de diez años que recibe el regalo que quería para su cumpleaños.

Durante mi primer mes me alojé con una familia anfitriona: un padre, una madre y dos niños chicos. Fue una experiencia genial: me permitió comenzar a adaptarme y observar algunos elementos de la sociedad y la vida familiar en casa. Cuestiones privadas en muchos casos. Me ayudaron con cuestiones básicas. Por ejemplo, el funcionamiento del sistema de trenes- tremendamente complejo en Tokio, incluso para los propios japoneses-.

Comenzó el segundo mes de mi estadía y alquilé un pequeño cuarto en una casa de huéspedes. Allí vivían extranjeros de todas partes del mundo y también algunos japoneses. Es aquí donde tuve el mayor intercambio cultural: no solo con la cultura japonesa sino que con culturas de todas partes del mundo. Decir que fue una experiencia enriquecedora es un cliché pero que apunta muy bien a la realidad.

No tuve mayores problemas para adaptarme a la sociedad nipona. Siempre me sentí cómodo y respetado; hasta pude entablar una relación con una chica que duró todo mi intercambio y un buen tiempo después. Más que con los jóvenes, es en la calle y los trenes donde se nota que los japoneses tienden a mantener su distancia con los extranjeros. En las salidas nocturnas siempre se acercaba algún curioso para charlar –lo cuál era genial-, pero durante el día siempre alguien miraba de reojo. Más de una vez viajé en el tren –leyendo y escuchando música- con un asiento disponible que nadie ocupaba. O, durante las horas pico, cuando los trenes quedaban atestados de gente como si fueran sardinas enlatadas, siempre intentaban dejarme un poco más de espacio apretujándose más entre ellos.

Nunca lo tomé como una actitud discriminadora, aunque fuera pasiva-agresiva, sino que lo vi como un indicador de que la sociedad nipona todavía no logra superar de todo el trauma de los tres siglos que se aislaron del mundo.

La sociedad japonesa está regida por muchas reglas implícitas que, al principio, los extranjeros no conocemos. Uno siempre se siente algo observado, como que están esperando que metas la pata para sacudir la cabeza en signo de desaprobación. Sin embargo, el pueblo nipón es muy humilde y amable. Siempre que me perdía le pedía ayuda a alguien y con gusto me ayudaba, aunque implicara un desvío de su camino.

Tokio tiene 36 millones de habitantes. Hay margen para todo tipo de personas. Yo fui con la idea de insertarme y adaptarme, por lo que no dejaba que los aspectos un poco más negativos me afectasen, y así, por suerte, no tuve inconvenientes más allá de que hubiera momentos de choque por diferencias culturales. Por ejemplo: en el tren está prohibido hablar por celular y, en caso de conversar con otra persona , se debe de conversar en voz baja para no molestar a los demás. Si hay tormenta, y los trenes se detienen, la gente duerme esa noche en la oficina para no tener que faltar a trabajar al día siguiente.

No sentí el choque cultural de modo muy agresivo, aunque hubo situaciones en las que la agresividad fue el componente principal. En una ocasión un hombre me pecho, a propósito, por la calle. Pero uno sabe que gente así, desagradable, va a encontrar en todos lados. Es mejor ignorarlo y no dejar que te afecte. Para mí ese choque cultural fue parte de la aventura, quise experimentarlo y lo hice con una sonrisa. Después de todo, vivir ese choque cultural fue uno de los motivos por los que decidí viajar al otro lado del mundo.

Proyecto Indonesia Fútbol
Texto: Mauro Burgos

Mauro Burgos Mauro Burgos es contador. Entre 2010 y 2013 ocupó el puesto de team manager de Deportivo Indonesia: un equipo de fútbol compuesto por jóvenes indonesios que entrenó en Uruguay a través de un proyecto de cooperación deportiva entre las federaciones de ambas naciones.

Durante dos años y medio fui mánager del Proyecto Indonesia Fútbol. Fue una experiencia nueva para mí. Venía del ámbito profesional, de una empresa que nada tiene que ver con el fútbol; a pesar de que jugué en divisiones inferiores y soy un apasionado del deporte.

Cuando llegué, me encontré con un grupo de trabajo con características totalmente diferentes a las que estaba acostumbrado. Era un grupo de profesionales del fútbol a quienes les intenté imprimir un tinte más empresarial. Mi idea fue siempre profesionalizar al proyecto sin perder la esencia deportiva y de formación de talentos.

Establecí una relación muy cercana con los chicos, a pesar de las dificultades del idioma. Ellos, por su cultura, respetan mucho las jerarquías y me veían como una autoridad importante. Con la ayuda de los profesionales que conocían el idioma –y actuaban como traductores- traté de flexibilizar el trato para poder acercarme a ellos desde un punto de vista más humano.

Con el paso del tiempo se fue construyendo una relación más cercana, y en muchas oportunidades me sentí el máximo responsable de su biensetar en Uruguay y los otros sitios que visitamos. No fue una tarea fácil pero fue gratificante ver que tenía un reconocimiento por parte de ellos al momento de ayudarlos.

Desde el punto de vista profesional, logramos un gran trabajo de formación tanto en lo deportivo como en lo social. A pesar de que no era el principal objetivo del proyecto, fue algo que a mi entender es tan o más importante que los futbolístico. Muchos de los chicos aprendieron a hablar inglés y español; y también unos cuantos se acostumbraron al tenedor y cuchillo para comer. Es un ejemplo que sirve para mostrar el arduo trabajo que en todo sentido debimos hacer y que –haciendo el balance- hemos salvado con muy buena nota.

Fue una gran decepción para todos cuando nos notificaron que el proyecto terminaba por motivos económicos. Principalmente para los chicos. Me costará borrar sus caras en el aeropuerto cuando se iban: lloraban como dejando en Uruguay una parte de ellos y de sus sueños.

En lo personal, no fue fácil recuperarme. Se puso mucho esfuerzo y energía para que las cosas salieran del mejor modo posible; a pesar de las dificultades que, en el último tiempo, tuvimos que soportar. De todas formas, intento quedarme con lo positivo de mi trabajo allí. Pienso que fue una experiencia enriquecedora desde el punto de vista personal y profesional. No solo fui introducido a un ambiente nuevo –el deportivo-, sino que también tuve la oportunidad de conocer a más de sesenta chicos de entre catorce y veinte años que me enseñaron que los sueños no tienen fronteras.

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